Nunca pensé que me tocaría vivir algo así.
Era un viernes por la noche. Volví a casa antes de lo habitual. La oficina estaba vacía, y no tenía sentido quedarme más tiempo. Llegué sin hacer mucho ruido, como quien no quiere molestar. Desde que abrí la puerta sentí algo distinto... el ambiente estaba cargado, el aire era pesado, como si la casa tuviera su propio secreto.
Dejé las llaves en la mesa y escuché un sonido... gemidos. Suaves, entrecortados... claramente de placer. Me detuve en seco. Mi corazón se aceleró, no de miedo, sino de una adrenalina que no sabía de dónde salía.
Caminé hasta nuestra habitación. La puerta estaba entreabierta. No podía creer lo que veían mis ojos: mi esposa —la mujer con la que había compartido años de vida— estaba completamente entregada a otro hombre. Él la tomaba con fuerza, ella gemía, se dejaba llevar sin inhibiciones, sin notar que yo estaba ahí.
Por un instante sentí rabia, pero esa emoción se desvaneció rápidamente, absorbida por algo más salvaje... una excitación que no conocía en mí. La imagen me estaba calentando de una manera brutal.
Me apoyé en el marco de la puerta y dije, con una voz firme pero sin gritar:
—Vaya... veo que se están divirtiendo sin mí.
Los dos se detuvieron, sorprendidos. Ella me miró con una mezcla de culpa y deseo. El otro tipo se apartó un poco, esperando mi reacción. Pero lo que hice los dejó perplejos.
Me deshice de mi ropa sin decir nada más. Caminé hacia la cama con la decisión de un hombre que sabe lo que quiere. Mi esposa me miraba, mordiendo su labio, excitada al ver que no me retiraba... al contrario.
Me acerqué al desconocido, lo tomé por la nuca y le susurré:
—Espero que puedas seguir el ritmo...
Sin pensarlo mucho más, la situación se transformó. La tensión se volvió colaboración. Ella quedó en medio de nosotros dos, completamente dominada por nuestras manos, nuestras bocas, nuestros cuerpos. La besé con fuerza, mientras con mi otra mano guiaba su cuerpo para que siguiera cabalgando al extraño.
Pero en un momento, no aguanté más. La aparté suavemente de él, lo empujé contra la cama y fui yo quien tomó el control. Con un movimiento certero la penetré de nuevo, esta vez mirándolo a los ojos a él, como diciéndole: ahora es mi turno.
El cuarto se llenó de gemidos, suspiros y cuerpos sudorosos que se entrelazaban sin reglas, sin tabúes. Nunca pensé que un momento que podía ser de traición se convertiría en una de las noches más intensas y liberadoras de mi vida.
Y así fue… en mi propia casa, en mi propia cama, descubrí que hay cosas que solo se viven cuando te atreves a cruzar ciertos límites.