El reloj marcaba las 8:47 p.m. La oficina estaba en completo silencio, iluminada solo por las luces tenues de los monitores en modo de espera. Las demás plantas ya estaban vacías, pero en el último piso aún quedaban dos personas… y un juego peligroso a punto de comenzar.
Ella cerró su laptop lentamente, sin prisa, sabiendo que él la observaba desde el otro lado del despacho. Llevaba una falda tubo negra, blusa blanca desabrochada justo hasta donde dejaba volar la imaginación, y tacones que todavía resonaban en el suelo de mármol como un eco provocador. Se acercó con paso firme, dejando atrás cualquier rastro de formalidad.
—Te dije que tenía una sorpresa —susurró, y sacó de su bolso una pequeña caja de terciopelo negro.
Él arqueó una ceja, intrigado. Dentro, reposaba un pequeño vibrador color vino, de diseño elegante, casi silencioso. Pero lo que captó su atención fue lo que ella deslizó después, con una sonrisa en los labios: un masturbador masculino de silicona suave, de textura realista, perfectamente lubricado.
—Cierra la puerta con llave —ordenó ella—. Y siéntate.
Él obedeció sin decir palabra. Había algo en su voz que lo hacía rendirse sin cuestionar. Ella se subió sobre el escritorio, levantando la falda hasta la cintura, dejando ver la ropa interior mínima y perfectamente colocada. Sin dejar de mirarlo, encendió el vibrador y lo colocó entre sus piernas, presionándolo justo donde más lo deseaba. Apenas se escuchaba un leve zumbido… pero su respiración entrecortada era imposible de ocultar.
Él se desabrochó el cinturón, sacó su erección ya endurecida y la envolvió en la textura cálida del masturbador. Cerró los ojos un instante, dejándose llevar por la sensación intensa, mientras ella comenzaba a moverse con el vibrador entre sus muslos, mordiendo su labio inferior, jadeando apenas.
El contraste entre la escena tan íntima y el entorno profesional, con carpetas y tazas de café aún sobre el escritorio, hacía que todo se sintiera más prohibido, más sucio, más deseado. Se observaban con hambre, masturbándose uno frente al otro, sintiendo cómo la tensión se volvía insoportable.
Ella se estremecía cada vez más rápido, con las piernas temblorosas. El vibrador, profundo y constante, la llevaba al borde una y otra vez, hasta que soltó un gemido ahogado, cubriéndose la boca con una mano mientras alcanzaba el orgasmo sin detenerse.
Él no pudo resistir más. Sus caderas se movieron con fuerza contra el masturbador, mirando cómo ella aún vibraba de placer sobre el escritorio. Con un gruñido bajo, se dejó ir, derramándose con fuerza mientras su nombre escapaba de sus labios como un secreto compartido.
Cuando todo terminó, el silencio volvió, pero ya no era el mismo. Sus cuerpos brillaban de sudor y deseo. Ella se bajó del escritorio, recogió el vibrador aún caliente y se lo guardó en el bolso.
—Mañana a la misma hora —dijo, acomodándose la falda—. Y trae algo para mí esta vez.
Él sonrió, todavía jadeando.
—Sí, jefa.