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Me llama Adriana, cuenta como me masturbo en clase de matemáticas.

Me llama Adriana, cuenta como me masturbo en clase de matemáticas.

Me llamo Adriana. Tengo 28 años. Morena, curvas marcadas, piel suave y una imaginación que, a veces, me desborda. No sé si es un defecto o una virtud, pero cuando mi cuerpo pide placer... no me importa el lugar, la hora o las circunstancias. Me dejo llevar. Me dejo romper.

Hoy no fue la excepción.

Estaba sola en mi departamento, después de un día largo. Me miré al espejo después de darme una ducha rápida y noté mis pezones duros, mis labios húmedos. Ese calor que me sube desde el vientre hasta el cuello… esa necesidad de sentirme mía.

Me tumbé en la cama, con solo una camiseta suelta que me rozaba los muslos. No llevaba ropa interior. Me gusta estar así en casa… libre, sucia, lista.

Deslicé mi mano por mi vientre, jugando con la yema de mis dedos, apenas tocando la parte más sensible de mi cuerpo. Cerré los ojos y me imaginé que alguien me estaba mirando. Que me observaban mientras abría lentamente las piernas y dejaba que mis dedos bajaran hasta encontrar mi clítoris, ya completamente hinchado y caliente.

Gemí bajito. No por vergüenza. Por puro placer contenido.

Me encanta provocarme despacio, sentir cada roce, cada caricia como si fuera la primera vez. Mis dedos se deslizaron por mi humedad… tan mojada… tan lista.

Empecé a acariciarme en círculos, lentos al principio, más rápidos después. Imaginaba unas manos fuertes agarrando mis caderas, unos labios devorando mi cuello, una voz susurrando cosas sucias a mi oído. Eso me vuelve loca.

Mi respiración se aceleraba. No podía parar. No quería.

Metí dos dedos dentro de mí sin pensarlo. Estaba tan húmeda que entraron con facilidad. Los movía dentro y fuera, sintiendo cómo mi cuerpo se arqueaba solo, buscando más. Mis piernas temblaban. Mi cuerpo entero era puro fuego.

Apreté mis muslos contra mi mano, buscando ese punto de locura que me hace explotar. Y ahí estaba… ese cosquilleo que empieza en lo más profundo, que sube como una ola que no puedes detener.

Me masturbaba sin control, los dedos empapados, el cuerpo entregado. Gemía sin importarme nada. Estaba sola… pero me sentía completamente observada en mi mente. Imaginaba miradas oscuras, morbosas, deseando ver cómo me corría.

Y me corrí.

Con fuerza.

Con un gemido ahogado, apretando los dientes, temblando, con el cuerpo empapado de sudor y de placer. Me quedé quieta unos segundos… jadeando… con una sonrisa traviesa en los labios.

Me encanta tocarme. Me encanta sentirme así de viva, así de libre. Soy Adriana… y este no será el último relato que cuente sobre mis fantasías.

Porque tengo muchas.

Y cada una… es más sucia que la anterior.

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