Era una tarde común, el sol se filtraba suavemente a través de las ventanas del pequeño café donde solía ir a leer y relajarme después del trabajo. Había algo reconfortante en ese lugar, una sensación de familiaridad que hacía que el tiempo se desvaneciera mientras me sumergía en las páginas de un buen libro. La mesera del lugar, Valeria, siempre me había llamado la atención, pero de una manera sutil, casi imperceptible. Tenía una sonrisa cálida y ojos que brillaban con una mezcla de simpatía y misterio, como si supiera algo que no estaba dispuesta a compartir.
Esa tarde, como siempre, ella vino a mi mesa con una sonrisa, un saludo cortés y una ligera inclinación de cabeza. Me sentí como si fuera parte del paisaje en ese café, alguien que visitaba con regularidad pero sin mucho más que una sonrisa compartida.
— ¿Lo de siempre, señor? — preguntó mientras colocaba el menú frente a mí.
Asentí, sonriendo en respuesta.
— Sí, gracias. Un café solo y una croissant de almendra, como siempre.
Valeria no dijo nada más, simplemente asintió y se alejó hacia la barra para preparar mi pedido. Algo en su comportamiento esa vez me llamó la atención, como si hubiera algo en el aire que no estaba dispuesto a ser ignorado. Miré por encima de mi libro, observando sus movimientos mientras interactuaba con los otros clientes. mientras que de lejos me mirada con unos ojos coquetos, desde ahi note que empezaba a seducirme y en ese momento supe que entre nosotros habia algo mas un fuego que ardia
En algún punto de la tarde, mientras el café comenzaba a llenarse de una cálida luz dorada, Valeria volvió a mi mesa. No era solo la amabilidad habitual que uno esperaba en un café, sino que había algo más. Ella se acercó, dejó el café y la croissant, y luego, en un susurro casi imperceptible, dijo:
— Oye… antes de que te vayas… tal vez podamos hablar más.
La sorpresa me recorrió por completo. No esperaba esas palabras, pero la manera en que las dijo, hizo que mi corazón se acelerara ligeramente. Fue un instante en el que sentí que el tiempo se detenía. Miré sus ojos y, por un momento, vi un deceo sexual atravez de sus ojos.
Valeria metió la mano en su delantal y, con un gesto discreto, me entregó una pequeña tarjeta. Sin palabras, me la pasó suavemente, asegurándose de que nadie más lo notara. En el reverso de la tarjeta, estaba su número de teléfono, acompañado de una pequeña frase escrita a mano: "Te espero en los baños mi amor…"
Me quedé mirando la tarjeta por un segundo, casi sin creerlo. Ella había hecho el primer paso, algo que no había anticipado, y lo había hecho de una manera tan segura de si misma como sabiendo que eso tendria que suceder entre nosotros.
Miré a Valeria una vez más, con una sonrisa picara.
— Claro… — respondí, sintiendo una mezcla de exitacion imnensa.
La carta permaneció en mis manos, como una pequeña chispa de posibilidad que había sido encendida en medio de una tarde común.
Al salir del café esa tarde, sentí una ligera excitación recorrerme. Había algo especial en cómo se había dado todo, en cómo algo tan simple como un número, dado de manera tan sutil y personal, podía dar un giro tan breve al camino sexual.
Esa noche, antes de dormir, me encontré mirando la tarjeta una vez más, sintiendo la tentación de llamar, de explorar lo que mas podría surgir . Y aunque no sabía qué esperar, algo me decía que algo interesante podría estar por comenzar.