Siempre había sentido curiosidad. La idea me rondaba en la cabeza cada vez que veía uno de esos juguetitos en las páginas para adultos o cuando me atrevía a mirar un video subida de tono a solas. Nunca me había atrevido, pero la fantasía estaba ahí, oculta entre pensamientos traviesos que aparecían en los momentos más inesperados.
Un día, sin pensarlo demasiado, me animé. Entré a una tienda online, busqué entre las opciones y encontré uno que me pareció perfecto: un dildo anal de silicona, con un diseño suave, curvado, con varias intensidades de vibración. Lo pedí. Recuerdo cómo me latía el corazón mientras completaba la compra. Era como si ya supiera que ese pequeño objeto traería una experiencia completamente nueva, una que no podría olvidar.
Cuando llegó el paquete, lo abrí con manos temblorosas, como si escondiera un secreto que nadie debía descubrir. Era elegante, más bonito de lo que imaginaba, y su tacto al acariciarlo era suave, cálido, casi seductor. Lo dejé sobre mi cama por un momento, contemplándolo, mientras mi mente empezaba a volar.
Esa noche decidí probarlo.
Preparé el ambiente con una luz tenue, una vela aromática, y música suave que me envolviera en un estado de calma y deseo. Me desnudé lentamente, sintiendo cada centímetro de mi piel, como si fuera la primera vez que me tocaba. Me recosté boca abajo primero, rozando las sábanas con mi cuerpo. El aire me acariciaba, y mi respiración se volvía más profunda.
Tomé el lubricante, lo apliqué con delicadeza en el dildo y en mí. El primer contacto fue una mezcla de frío y calor que me hizo estremecer. Lo acerqué lentamente, con suavidad, explorando. Al principio fui despacio, dejando que mi cuerpo se adaptara, sintiendo la presión, el cosquilleo, la deliciosa mezcla de incomodidad y placer.
Entonces lo encendí.
La vibración me recorrió como un rayo dulce. Fue como si mi cuerpo despertara de golpe, cada músculo se tensó y se soltó en una oleada de placer. Lo movía despacio, con movimientos suaves, mientras mis manos no se quedaban quietas, explorando mi pecho, mi vientre, mis muslos. Todo mi cuerpo ardía.
Cada nivel de intensidad que aumentaba era como cruzar una nueva frontera del placer. Mis gemidos escapaban sin permiso, ahogados contra la almohada. Cerraba los ojos, perdida en una sensación completamente nueva, íntima, poderosa. No era solo físico: me sentía libre, dueña de mi deseo, de mi cuerpo.
El orgasmo llegó como una ola lenta pero arrasadora. No fue explosivo, sino profundo, de esos que se sienten desde adentro, que estremecen hasta los huesos. Me quedé allí, temblando, sonriendo, abrazando la almohada, mientras el dildo todavía vibraba suavemente, como acariciándome incluso después del clímax.
Esa fue mi primera vez con un dildo anal vibrador. No fue solo sexo. Fue descubrimiento, fue libertad, fue amor propio. Desde entonces, aprendí que el placer está en atreverse, en conocerme, en jugar conmigo sin miedo. Y ese pequeño juguete… se convirtió en uno de mis secretos favoritos.