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Un Encuentro Prohibido a 10,000 Metros de Altura con una Azafata

Un Encuentro Prohibido a 10,000 Metros de Altura con una Azafata

Siempre había escuchado historias sobre encuentros furtivos en aviones, pero jamás pensé que me convertiría en protagonista de una. Fue en un vuelo nocturno de Madrid a Buenos Aires cuando ocurrió lo impensable.

Me había acomodado en mi asiento de primera clase, disfrutando de un whisky con hielo mientras observaba por la ventanilla la inmensidad de la noche. La cabina estaba en penumbra y la mayoría de los pasajeros dormían. Fue entonces cuando la vi: Elena, la azafata de ojos penetrantes y sonrisa seductora, pasó a mi lado y me dedicó una mirada que me hizo sentir un calor inesperado en el cuerpo.

Cada vez que ella pasaba, sentía que se demoraba apenas un segundo más de lo necesario. No era solo cortesía profesional, había algo en la forma en que me observaba, en cómo sus dedos rozaban sutilmente mi mano al ofrecerme otra bebida. Cuando los demás pasajeros cayeron en un sueño profundo y el avión quedó en un estado de calma total, ella se inclinó y susurró:

—¿Le gustaría estirar un poco las piernas, señor?

Su tono tenía una insinuación difícil de ignorar. Me levanté con naturalidad y la seguí sin hacer preguntas. Caminamos hasta la parte trasera del avión, donde un pasillo estrecho llevaba a la zona de descanso de la tripulación. Justo antes de que cruzáramos la cortina que separaba ese espacio privado, giró su rostro hacia mí y susurró:

—Aquí no nos molestarán.

Su perfume envolvía el ambiente con una fragancia embriagadora. Apenas cruzamos la cortina, sentí sus manos deslizándose por mi pecho, desabrochando con habilidad el primer botón de mi camisa. Mi boca buscó la suya con urgencia, y nuestros labios se encontraron en un beso intenso, cargado de deseo reprimido.

El latido de mi corazón se aceleró cuando sus dedos recorrieron mi espalda y sus labios descendieron por mi cuello. La emoción de lo prohibido hacía que cada caricia fuera más intensa. Su respiración entrecortada, el roce de su uniforme contra mi piel y la sensación de estar en un lugar donde en cualquier momento podríamos ser descubiertos, aumentaban el placer.

El pequeño espacio se convirtió en nuestro refugio clandestino por unos minutos que parecieron eternos. Cada susurro, cada roce, cada mirada encendida se quedó grabada en mi memoria. No había prisa, solo la necesidad de prolongar aquel instante al límite.

Un ligero sonido en el pasillo nos obligó a separarnos. Elena se acomodó el uniforme rápidamente, su sonrisa reflejaba satisfacción y complicidad. Me rozó los labios con un último beso antes de ajustar su cabello y salir con la elegancia intacta de una profesional.

—Espero que haya disfrutado del vuelo, señor —murmuró con picardía antes de desaparecer entre las sombras del avión.

Regresé a mi asiento con el pulso aún acelerado. El cielo nocturno seguía extendiéndose infinito a través de la ventanilla, pero dentro de mí, sabía que aquel encuentro a 10,000 metros de altura quedaría grabado como una de las experiencias más intensas de mi vida.

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