Nunca pensé que lo mío sería un “gusto” tan específico. Hasta los 18, Verónica —o sea, yo— era como cualquier chica curiosa. Me gustaba besar, sentir manos traviesas recorriendo mi cuerpo, experimentar esas primeras veces que te aceleran el corazón. Pero todo cambió una noche… una noche que todavía recuerdo con las piernas temblando.
Fue con Mauro. Él era un poco mayor, tenía 24 y una mirada que me desarmaba. Coqueteábamos desde hacía meses hasta que, finalmente, una noche me invitó a su departamento. Fui nerviosa, con mariposas en la panza… y un calorcito abajo que no quería admitir.
Lo que no sabía era que Mauro guardaba un “secreto” que me marcaría para siempre.
Nos besamos. Su cuerpo sobre el mío me hacía sentir pequeña, frágil, pero a la vez deseada como nunca. Cuando sus manos recorrieron mi cintura y sus labios bajaron por mi cuello, ya estaba rendida.
Pero el momento de mayor sorpresa llegó cuando sus dedos desabrocharon mis jeans… y luego los suyos.
Fue entonces cuando lo vi.
Grande. Muy grande.
Me quedé muda. No era como los que había visto antes, ni en persona ni en los videos que espiaba a escondidas. Esto era real. Estaba ahí, frente a mí, grueso, largo, palpitante. Mi primera reacción fue de sorpresa… ¿entraría eso dentro de mí?
Pero lo que más me impactó fue lo que sentí entre mis piernas. Un latido intenso. Una humedad casi inmediata. El deseo más animal despertando.
Mauro se dio cuenta de mi reacción y sonrió de forma pícara.
—¿Te gusta? —me preguntó, con esa voz grave que me deshacía.
Yo solo pude asentir, mordiendo mi labio.
Lo acaricié con las manos, sintiendo su peso, su dureza. Lo recorrí con la lengua, cada centímetro me excitaba más. Pero lo mejor vino después… cuando, con paciencia, empezó a entrar en mí.
El estiramiento, la sensación de llenarme como nunca antes… era un placer que me quemaba por dentro. Grité, gemí, me entregué completamente. Sentía cada movimiento, cada embestida profunda como un golpe de placer directo al alma.
Esa noche descubrí algo de mí que ya no podría negar.
Me encantaban los penes grandes. Me volví adicta a esa sensación de estar llena, de sentir que me desbordaban, que me llevaban al límite.
Después de Mauro vinieron otras historias… pero nada como esa primera vez, en la que mi cuerpo entendió lo que de verdad le volvía loca.
Desde entonces, no pude evitar buscar ese tamaño que me hiciera perder el control otra vez.
Y créanme… lo sigo buscando.